Exhausta de tanto
sufrimiento dejas todo de lado. ¿Qué caso tiene seguir sufriendo por algo que
era inevitable? ¿Para qué te agotas cuando puedes cambiar y ser algo diferente?
Tirada sobre el frio
suelo piensas en el tiempo perdido, todas esas horas desperdiciadas, perdiendo
lentamente lo poco que te quedaba, tu familia, tus amigos, todas esas cosas
que, aunque nunca te brindaron felicidad, te hicieron compañía en la soledad.
Recuerdas esas noches en
las que te desvelabas llorando y gritando por algo que nunca tuviste. Pero
¿para qué? Ahora no tienes nada, absolutamente nada. Te das cuenta que la
soledad se ha vuelto tu eterna compañía. La única.
Piensas en todos esos
momentos que te hicieron sufrir, sientes que algo en ti comienza a aparecer, te
quedas inmóvil preparándote para esa agonía que amenaza con damnificarte
completamente, pero mientras esperas a que aparezca ese dolor tan insoportable te
das cuenta que hay algo distinto, se siente diferente.
Ya no es esa tristeza que
te lacera y te zangolotea como a una muñeca de trapo. No, es algo disímil a lo
esperado. Sientes como florece ese nuevo sentimiento en ti, un sentimiento que
nunca creíste poder llegar a tener.
Como llamas sietes que se
expande dentro de ti, quemando todo a su paso, borrando sin importar si era
necesario o no. Con placer te das cuenta que ya no hay dolor, ya no sientes más
ese vacío oscuro y frio.
La furia se incrementa al
alimentarse de todo lo podrido de tu alma, haciéndose más fuerte, invencible.
Miras el mundo de forma diferente. Ves el pasado que tanto te lastimo. El nuevo
sentimiento te reclama, haciéndote suya. Y tú lo permites.
Te sientes ridícula al
pensar en la forma tan inútil con la que actuaste, y te das cuenta que, la única
persona que se equivoco, fuiste tú al permitir que las cosas te afectaran demasiado,
a tal grado que terminaste siendo tú la víctima.
Y no podías haber estado más
equivocada. El amor te condena. Te
dices a ti misma reprendiéndote fríamente. Pero
ya no más. Dejas todo de lado y te aventuras al nuevo mundo que tus ojos
nunca quisieron ver, el mundo real, el que está lleno de los seres más
aborrecibles, capaces de lastimar sin compasión, sin tener el mas mínimo
remordimiento.
Matar o ser matado. Piensas metafóricamente con una sonrisa, más terrorífica que cualquier
otra cosa, teniendo en cuenta que permitiste en todo ese tiempo que todos te
mataran lentamente. Si antes eras débil, ahora eras, quizás, el ser más fuerte jamás
imaginado. Sin remordimientos, sin culpa, no más sentir pena por alguien que no
lo merece.